La prensa escrita vive un momento crítico. No ha dejado de ser negocio, pero la racionalización empresarial atenta contra la profundiad periodística y la libertad de las mesa de redacción. Los reportajes se acortan; los diarios se desprenden de corresponsales en el extranjero, la información gráfica predomina sobre la argumentación, la información se entierra entre relatos de escándalo. El diario alemán Die Ziet publicó un artículo la semana pasada sobre la batalla de Wall Street contra la prensa norteamericana. El argumento central del texto era que el mercado en el que deben competir los periódicos en Estados Unidos y en otros lugares del mundo dificulta enormemente la satisfacción de los dos propósitos centrales de la prensa: informar y obtener ganancia.
De ello me entero por un artículo reciente de Jürgen Habermas. El mercado, que durante muchos años abrió plataformas para el debate autónomo, ámbitos de crítica e instancias de subversión, comprime hoy la esfera pública. Quien observa la televisión no contempla un tostador con imágenes. Quien lee el periódico no se entretiene simplemente. Es un consumidor pero, al mismo tiempo, es un ciudadano que participa de una cultura, conoce eventos políticos y forma su opinión. Ante el peligro de la devaluación del ámbito periodístico, Habermas acude al Estado como salvador. "Sin el impulso de una prensa que forme opinión, una prensa que informe de manera confiable y comente de manera cuidadosa, la esfera pública perdería la energía que requiere. Cuando está en peligro el suministro de gas, de electricidad o de agua, el Estado debe garantizar el suministro. ¿No debe hacer lo mismo cuando esta otra 'energía' está en peligro--una ausencia que puede provocar disrupciones que dañarían al Estado?"
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
1 comentario:
Y quién es el valiente que le pone el cascabel al gato
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