Día con día - Héctor Aguilar Camín / Milenio / 10 de abril de 2007
Las calles de Puebla
El espacio público es un espejo del poder político. Habla de la calidad de los gobiernos, como los ojos del alma. La facha de nuestras calles y ciudades es un retrato de la calidad de nuestros gobiernos. Terrible retrato.
La monstruosa conurbación que es la Ciudad de México refleja las monstruosas deficiencias de sus gobernantes, verdaderos malhechores urbanos por omisión. Han dejado hacer mucho más mal del que han hecho, que no es poco. El resultado es una explosión urbana de gente librada a su suerte que se asentó donde pudo, construyó como quiso y se inflingió a sí misma, sin que sus autoridades hicieran otra cosa que tolerar y medrar, una de las más sucias, desordenadas e inseguras formas de vivir en una urbe.
La Ciudad de México es la mezcla espeluznante de una vitalísima sociedad sin canon urbanístico, y un poder público omiso, salvo para medrar, frente a la incontenible necesidad de sus gobernados.
He recorrido estos días varias veces el trayecto que hay entre el barrio de Mayorazgo y la Beneficencia Española de la ciudad de Puebla, unas treinta calles de ida y otras tantas de vuelta, subiendo por la diecisiete de sur a norte y bajando por la diecinueve de norte a sur. El hecho fundamental es este: no se circula por las calles de Puebla, se rebota.
El abandono urbano de Puebla es ostensible en las infinitas trampas que proponen los hoyos y chipotes de su pavimento, la fractura de sus banquetas, la basura que corre haciendo remolinos por sus calles.
En muchas esquinas, para protegerse de la incivilidad vial de los choferes locales, incontables propietarios han puesto sobre las aceras rieles, muretes o tubos de hierro, para contener automóviles que chocan o pierden el control al cruzar la bocacalle y se estrellan contra las casas de las esquinas.
El transporte público de Puebla se cuenta entre los más agresivos y arbitrarios de la República. Hace dos años, según la cuenta de una estación radiofónica local, morían tres personas a la semana atropelladas por taxis, camiones y microbuses de la ciudad.
Lo que las calles de Puebla dicen es que no hay en la ciudad poderes municipales efectivos. Retratan un gobierno local que deja hacer a la gente lo que quiere y no hace lo que debe. No es sólo una historia poblana. Es el aviso de una falla histórica de la gobernabilidad mexicana: la ausencia de gobiernos locales dignos de ese nombre.
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